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Situado ante ti encuentro en el deseo inquebrantable de nuestras enfrentadas miradas la señal que no hace falta que llegue, entregados como estamos a las obligaciones ineludibles que nos impone el tiempo transcurrido sin tenernos. Como dos emisarios avanzados de nuestra piel nuestras manos se juntan en el terreno neutral que existe en la escasa distancia que nos separa, planteando los términos de la batalla que se avecina. Nos deleitamos en la dilación de lo inminente por unos instantes, jugando a no poseernos más que las manos, aun sabiéndonos entregados demoramos lo inevitable, hasta que al llevar mi mano a tus labios rompes la tregua, desatando la marea incontrolable de lo que no se puede parar con una voluntad que ya no existe.
Entonces nos acercamos, juntamos nuestros rostros y nos rozamos las caras. Me paseo por tu cuello y me embriago con la promesa que ofrece tu aroma, la del olor de tu cuerpo. Cuando los labios empiezan a tocarse cerramos los ojos y un leve beso es la llave que abre la puerta al hurto de nuestro aliento, en un ahogo compartido nos saboreamos intensamente las ganas, y aún con los ojos cerrados seguimos viéndonos, aunque el resto del mundo ya se haya desvanecido a nuestro alrededor, porque en realidad ya nada importa salvo aquello que pertenece al imperativo de nuestro encuentro.
Nos abrazamos, con tanta fuerza unimos nuestros cuerpos que las costuras de la ropa se nos hacen dolorosas y, a los gritos de nuestra piel, nos damos cuenta de cuánto nos sobra. Ayudados por el deseo nos despojarnos de la vergüenza que nunca ha existido, y los deseos de tu piel desvestida recogen ávidos de mis manos las caricias que te he estado guardado durante nuestra ausencia.
Rozando tu oído susurro en el obsceno idioma de los amantes el futuro inmediato nos aguarda, y tu predisposición me responde en afirmación de lo que escuchas, como si el estremecimiento de tu cuerpo no fuese más que el eco de mis palabras.
Siento tus dedos enredarse en mi pelo ensortijándolo y yo estiro el tuyo hacia tu espalda para que muestres los secretos de tu cuello, para que tus desafiantes pechos se entreguen a los deseos de mis labios, marcando desde sus curvas encontradas el inicio del camino que recorreré jugando a juntar con nuestras salivas compartidas los lunares escondidos de tu cuerpo, siguiendo con parsimonia calculada los senderos imaginaros que por la descubierta geografía me llevan hasta el lindar de los lugares de donde no quiero volver, de donde escucho a tus sollozos implorarme que no lo haga.
Ávidos de nuestras carnes regaladas, deseosos de robar los suspiros ajenos bailamos al ritmo que nos marca la lujuria. Nuestros corazones se apresuran al ritmo de las urgencias de aquello que hemos esperado durante largo tiempo y, a través del placer compartido, consumamos la experiencia de poseernos y de amarnos como sólo los amantes de verdad saben, sintiendo tocarse nuestras almas al hacerlo….
Ahuyentada la urgencia, ganada la batalla a la pasión y la lujuria, busco situarme frente a tu rostro, y en tu sonrisa regalada y en la luz de las miradas acabo de encontrar el resto de la paz necesaria para definitivamente, reconciliarme con este mundo. Así se nos puede observar en los instantes sin tiempo que transcurren durante la pausa calmada de nuestro reposo, hasta que recuperada la fuerza de los sentidos, nos sentimos capaces para el próximo asalto de nuestros cuerpos, hallando las mil maneras que existen de amarnos, saciándonos al fin las ganas, y consiguiendo así una tregua que nos dure hasta el próximo encuentro de nuestras pasiones, escribiéndolas mientras tanto para poder aguantar la insoportable espera, como ahora hago…
A todos los que saben disfrutar de su pasión. A los amantes que saben entregarse.